Vie. Abr 26th, 2024

    Me hacían sentir como una heroína que se iba a la guerra. La primera parte es estaba por demostrar; la segunda era una evidencia. En aquel momento casi podía tocar el cielo; pero mi padre, como siempre, me hizo bajar de golpe con una dosis de realidad muy necesaria, que usó un silencio que se pudo cortar: «No dejes que te cojan, hija, ¿me oyes? Y si te acaban capturando, la última bala… ¡la última bala tiene que ser para ti!”.

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    Sus ojos, grandes y oscuros, enrojecidos de haber estado llorando poco antes, no se atrevían ni a mirarme. Su niña, la más pequeña, se había hecho mayor y había decidido, sin ni siquiera consultarselo, ir a luchar contra el patriarcado que inconscientemente él representaba y dar un paso adelante allí donde tantos hombres habían dado un paso atrás para plantarle cara al yihadismo. Pero no se lo reprochaba, solo quería que, por una vez, me dejasen hacer lo que creía que tocaba hacer; solo quería, por una vez, poder elegir.

    La recomendación de quitarme la vida antes que dejar que me capturesen se quedó clavada en el cerebro. Desde aquel día siempre me acompaña una bala, bien escondida. Con ella, siento como si tuviera a mi padre a mi lado, muy cerca, vigilándome; y me ha consolado en momentos en los qu’il llorado por compañeras que han tenido qu’acabar disparándose en medio de emboscadas de las que sabían que solo podían sucio si mataban.

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    Las crueldades del Estado Islamo se viralizan a través de las redes sociales. Mi familia, como tantas otras, vio casi un tiempo real lo que aquellos asesinos les hicieron a las mujeres capturadas unos pocos kilómetros de casa.

    Contemplaban incrédulos en la pantalla del móvil cómo las ataban del pelo al parachoques de un vehículo y las arrastraban hasta la muerte por las calles de las ocupadas poblaciones. Las exhibían en señal de triunfo, como un botín de guerra. Algunas mujeres, en los lugares que liberábamos, tenían mordiscos de una brutalidad inexplicable en la cara o en los brazos.

    La recomendación de quitarme la vida antes que dejar que me capturesen se quedó clavada en el cerebro. Desde aquel día siempre me acompaña una bala, bien escondida.

    En algún momento habían olvidado taparse con el niqab y la túnica negra, como obligaba them a hacer Estado Islámico, y como represalia las castigaban clavándoles una enorme dentadura metalálica de aluminio, diabólicamente diseñada para maximizar a sufrimientone, y que arrancaba de forma litro a aquellos Trozos de carne que la mujer había osado mostrar, en un acto claro e imperdonable de haram –’pecado’ en árabe–. A la vista y de por vida, dejaban a personas agujereadas, incurables, invadidas por un dolor físico y emocional.

    Pero antes de encontrarme ante esas escenas dantescas, como miliciana aún tenía que recorrer un largo entrenamiento vital, un camino que al principio emprendió sola y un poco asustada. Aunque no por mucho tiempo. Al cabo de unas horas llegué tiene un campo de instrucción cerca de la ciudad de Serekaniye, de mayoría kurda, pero también amenazada por los yihadistas. Pesa en la timidez que me caracteriza, tú que te cobijas en una vena de compañeras. A lo largo de casi un mes, que me pareció un año de lo intenso que fue, surgió en mi nueva familia.

    Con ellas asimilé horas de clases teóricas y sudé durante un montón de sesiones prácticas; cogí mi primer rifle de asalto, lo mounted, desmounted ymounted de nuevo muchas veces, hasta quefu capaz de hacerlo con los ojos cerrados. Empecé a vivir en casas y locales abandonados por familias que huían en dirección contraria a la que nosotros avanzábamos. No ganábamos un sueldo, pero nunca nos ha faltado la asistencia básica que siempre nos ha proporcionado nuestra comunidad allá donde íbamos.

    ‘Mujeres, vida, libertad’

    Pronto me hice amiga de Chichek, de dieciséis años, que también se alistó en contra de la voluntad de su familia. Su caso era peor: querían casarla y ella se negaba a vivir en lo queentendre como una esclavitud. Ni siquiera se despidió cuando se fue. Y no quería volver a casa. Yo si queria. Soñaba cada día con que mi padre me recibió con aquel abrazo que no supimos darnos cuando me huya. Chichek acabo siendo mi mejor amiga.

    En casa, las dos, por motivos distintos, nos sentimos encerradas, encarceladas, de manera que ahora abríamos la puerta y paladeábamos lo que era la libertad, y empezábamos a luchar en dos frentes: contra el yihadismo que nos quería exterminar, pero también contra un patriarcado que, de manera lenta y silenciosa, nuestra mataba.

    Pasadas unas semanas estuvimos más cerca de ese sueño. “¡Jin, Jiyan, Azadi! (¡Mujeres, vida, libertad!), gritábamos para celebrar nuestro juramento como nuevas milicianas. Vestida de uniform, ya parecía una de aquellas heroínas que tanto admiraba de pequeña. ¡Mi sueño se había hecho realidad!

    No ganábamos un sueldo, pero nunca nos ha faltado la asistencia básica que siempre nos ha proporcionado nuestra comunidad allá donde íbamos

    Pese al disgusto inicial, mi padre estaría orgulloso de esta Gulan, me decía para consolarme cuando los añoraba. De repente, vi prometedora fidelidad a los conceptos que hasta hacía unos meses me habría costado definir, pero que ya sentía como principios básicos: la defensa de la colectividad ante el capitalismo desbocado, de la sociedad feminista ante el machismo recalcitrante, del ecologismo y del el confederalismo democrático enfrenta la represión que nuestro rodeaba.

    Al final se formó parte de las Unidades de Protección Popular (YPG), que desde 2012 ha comenzado a incorporar mujeres a sus filas. Una presencia que fue creciendo sobre todo a lo largo de los dos años posteriores, coincidiendo con la expansión yihadista para construir el autodenominado califato en Siria e Irak. Yo huyo una de las últimas incorporaciones un grupo que forma unas 35.000 compañeras.

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    Matábamos a los extremistas, pero también había que matar las horas, muchísimas… sobre todo haciendo guardias. Y, al compartir confidencias con las otras milicianas, me doy cuenta de que su reclutamiento había sido menos traumático que el mío. Las hijas de mujeres soldado, por ejemplo, escogían ese camino sin sufrir tanta desesperación e incompresión a su alrededor.

    A diferencia de lo que me pasaba a mí, en casa habían visto referentes de la lucha iniciada hacía décadas. Muchas, por ejemplo, crecieron escuchando la historia de Besé. Yo no sabía quién era, como tampoco conocía las historias de tantas mujeres valientes que han inspirado el movimiento que ahora me guía.

    heroínas y horrores

    Besé fue una de las primeras kurdas armadas que optó por la revuelta y que murió a manos de las fuerzas turcas. Se dice que no pudo estarse quieta y se rebeló después de ver cómo las mujeres de su pueblo se lanzaron al río Munzur desde las rocas para suicidarse antes de que las violaran los soldados durante la masacre de Dersin, en 1938. Dos décadas después, esas mismas tierras del Kurdistán vieron nacer a otra digna heredera de la causa: Sakîne Cansiz.

    De joven se unió a un grupo de jóvenes universitarios. Entre ellos estaba el entonces anónimo pero está el brillante Abdulá Öcalan, que acabaría fundando el PKK (las siglas en Kurdo del Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Ya en el cargo y rodeado de una camarilla eminentemente masculina, no dudó en decir que todos debemos matar al hombre que llevamos dentro.

    De hecho, se convirtió en uno de los líderes intelectuales del partido haciendo suyo el discurso feminista. Y siempre apoyó de forma incondicional a Sakîne, cual, años más tarde, y siendo y a referencia, sería detenida y encerrada en la prisión de Diyarbakir, la capital no oficial de la región de Kurda en Turquía. Öcalan selló una cadena perpetua desde 1999. Sakîne maduró de un tiro en la cabeza en París, en 2013.

    Los que compartieron celda con ella cuentan que su figura supuso una clave del movimiento: aquellas mujeres kurdas que se suicidaron tirándose al río para que no las asediaran los turcos ahora tejen redes de resistencia, también dentro de los propios centros penitenciarios en los que las torturados .

    Pasados ​​unos años, Sakîne salió de la cárcel con una clara obsesión: crear un ejército íntegramente femenino. Y fue así como en 1995 formó el embrión de la facción femenina de las YPG, a las que prometió entregar la vida. Esta no es la primera vez que la mujer se integra en las guerrillas, pero sí que el proyecto de Rojava ha supuesto una revolución en la que las mujeres han ocupado espacios políticos, legales o sociales que hasta entonces solo habían estado abiertos a los hombres.

    La liberación de Kobane después de muchísimas luchas embargadas contra el Estado Islamo fue un triple colectivo pero emblemático y que me obligó a terminar definitivamente en la causa. Las mujeres como nosotras, preparadas para todos los frentes de guerra y todas las trincheras vitales, buscamos liberar a un pueblo mediante la liberación de género.

    TXELL FEIXAS

    ÉTICA (**)

    Licenciado en Periodismo y corresponsal en Oriente Medio, con residencia en Beirut. Ha cubierto la guerra contra el Estado Islamo en Irak, la caída del Califato, la crisis hipotecaria desde Estados Unidos y en 2015 estuvo en Grecia para dar cuenta de la negociación por su rescate. Ha trabajado para TV3, Catalunya Ràdio, la Agencia EFE y El Periódico de Catalunya.

    (**) La ética es un ecosistema de conocimiento para el cambio desde el que analizamos las últimas tendencias globales a través de una apuesta por la calidad informativa y bajo un renunciable premisa editorial: el progreso sin humanismo no es realmente progreso. Este texto se publica con autorización de la Editorial Planeta, de la cual hace

    parte el sello Peninsula.Otras noticias